13 junio 2007

(in)comprensión lectora


Definitivamente, la gente en Chile no sabe leer. O, peor aún, no entiende lo que lee. Siempre quise creer que las estadísticas que nos señalan como uno de las poblaciones con menor comprensión lectora no eran más que números agrupados para generar un efecto deseado. Pero no. Cada día, en cada actividad cotidiana, me doy cuenta de que las personas no son capaces de comprender las señales más sencillas que están a su pasao. No sé si es desidia, ignorancia o franca estupidez, pero me cansa ser testigo visualeste tipo de situaciones.

Ayer fui al banco a hacer un depósito. Como muchos deben saber, ahora existe un nuevo sistema que permite introducir un sobre con la cantidad de dinero que uno va a depositar. Es un sistema efectivo, que permite un increíble ahorro de tiempo (filas interminables). Sin embargo, las personas no saben usarlo. ¿Les da vergüenza hacer lo que DICE CLARAMENTE en pantalla? ¿Qué tan difícil puede ser seguir instrucciones? Es tan fácil como la pantalla y operar, igual que un autómata (y que conste que no estoy a favor de la automatización de las personas): "Introduzca el número de cuenta, digite el monto del depósito. Espere. Ahora, introduzca el sobre. Espere mientars se procesa su transacción. Retire el comprobante. ¿Desea hacer otra operación?".

Podría entender que personas adultas no se acostumbran al sistema. Ellos, por lo general, prefieren el proceso "a la antigua", porque las tecnologías siempre les generan desconfianza. Y hasta cierto punto, es lógico que reaccionen así, no sólo por la terquedad intrínseca de la tercera edad, sino también porque no son capaces de maniobrar máquinas con tanta agilidad y precisión como alguien de una generación menor. Pero las personas que ayer estaban depositando en el banco eran jóvenes y así todo, no dejaban de molestar al guardia para que los guiara.

Puede ser que tuvieran pánico escénico. Quizás querían asegurarse de que su dinero no iba a caer en las manos (o en las cuentas) equivocadas. Como fuere, se trataba sólo de preguntas de rutina: "¿Dónde escribo la cuenta? ¿Introduzco el sobre ahora o espero? "¡Señor, señora, lea lo que dice ahí!".

Ejemplos cotidianos y tan aparentemente insignificantes como éste se dan en todo momento. Desde las personas que suben las escaleras del metro por donde dice, expresamente, BAJADA (o al revés. Para el caso, da lo mismo), hasta aquellos que insisten en entrar por una puerta en cuyo vidrio hay un enorme papel pegado que dice NO ABRIR.

Todo esto me hace recordar el típico ejercicio que se hace en las escuelas, sólo para enrostrar a los alumnos que no entienden nada de nada cuando leen (o para demostrarle lo porfiados que pueden llegar a ser). Se les entrega una hoja con las siguientes instrucciones:

1.- Primero, lea con atención todas las instrucciones.
2.- Para escribir, utilice lápiz de pasta azul o negro.
3.- Escriba su nombre en el costado superior de la hoja
4.- A continuación, escriba su fecha de nacimiento (el mes en mayúsculas, por favor).
5.- Escriba su número de lista en la parte inferior del papel.
6.- (etc).
7.- (...) No realice ninguna de las instrucciones señaladas anteriormente y entregue esta hoja en blanco.

Típico que todos caen. Y todo porque no se dan cuenta de que, al comienzo, dice "primero, lea todas las instrucciones".

Definitivamente, no estamos hechos para seguir instrucciones, ja ja ja.

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Algo relacionado con este tema me pasó a mí el fin de semana, aunque no se trató de un problema en la comprensión de lectura, sino que simplemente en flojera o descuido. Leí un cartel que mencionaba una oferta en el supermercado y, luego de pensarlo unos minutos, me decidí por llevar ese producto. Lástima que cuando pagué, había otro precio. Por supuesto, reclamé -indignado-, pero la cajera tuvo la gentileza de aclararme que ese cartel decía, un poco más abajo "sólo para clientes que pagan con tarjeta XX". Tengo castigo: debo leer la letra chica. Debo leer la letra chica... 100 veces.
Rodrigo
(foto: LatinStock)

12 junio 2007

Rosa Espinoza: nuevo ícono virtual

A pesar de que me creé una cuenta cuando Youtube® recién comenzaba, nunca fui un usuario empedernido del famoso programita, principalmente porque no tuve el tiempo suficiente para dedicarme a navegar entre tanta manifestación artística de la raza humana (hay que ver lo sorprendente y prolífera que es la imaginación de aquellos que suben videos).

Sin embaro, el pasado fin de semana no pude resisitr la tentación de ser testigo directo de un fenómeno del que muchos hablaban. Había leido, incluso, un par de notas en los diarios (en realidad, fue en Las Últimas Noticias, del cual no tengo una buena opinión en términos de contenidos de la entrega noticiosa), pero no sabía exactamente de qué se trataba...

... Hasta que los dedos de mi amigo digitaron las 3 palabras clave: hermanos-de-sangre. “¿Hermanos de sangre?”, pensé. Sin duda, un nombre algo extraño para catalogar la situación que me había imaginado (ayudado por la mítica Paty Cofré y sus “15 segundos” al ritmo del Minuet de Bach): una mujer diciendo un par de garabatos.

Luego de unos segundos, ahí estaba la imagen. ¡La imagen y el audio! (que, en este caso, es mucho más importante que lo que se pueda ver). Ése fue mi encuentro, cara a cara, con Rosa Espinoza, “la chilena más garabatera del país”, según consta en algunos foros de Internet. ¿Qué podía ofrecerme esta chilena de apariencia normal, de clase media, compartiendo con sus familiares? La respuesta no se hizo esperar.
No recuerdo el diálogo exacto, pero la conversación comenzaba con algo así:

Hombre joven: “Rosa, estái terrible gorda...”
Rosa Espinoza: “¿Y qué? ¿Te afecta a ti que esté gorda?”
Hombre joven: ¿Y por qué te tirita la pera? (risas).
Rosa Espinoza: “¿Te afecta?, ¿te afecta, acaso? ¡No quiero que me huevií nunca más, perro culiao!”
Hombre joven: (más risas).
Rosa Espinoza: “No me huevií más, conchetumadre, ¿Te molesto yo a ti, acaso, perro culiao?”.
Mujer anónima: (risas desde el segundo piso).
Rosa Espinoza: “¿Y de qué te reís voh, perra culiá? Anda hacerle la competencia a la esquina, maraca culiá”...
Hombre joven: “Rosa, soy terrible ordinaria...”
Rosa Espinoza: ¿Y en qué te afecta a ti, perro culiao? ¡No quiero que me huevií nunca más, ¿escuchaste?!”
Hombre joven: (empuja a Rosa Espinoza).
Rosa Espinoza: “Déeeeeeeeja, perro culiao. ¡Aaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhh!”

Fueron dos minutos y 38 segundos en los que miré abstraído por la comprobada capacidad de Rosa Espinoza para “defenderse” de los ataques del tipo que la increpaba porque estaba gorda (¡y ni siquiera es tanto, Rosa!). 2 minutos y 38 segundo en los que no dejamos de apretarnos la guata para reirnos de esta situación que se ha convertido en un ícono-flaite-cibernético.

No pretendo filosofar sobre el trasfondo de este asunto: denigración de la dignidad humana, desigualdad en el acceso a la educación, marginalidad social, vuelta a la teoría de la “aguja hipodérmica (virtual)”, etcétera. Sólo quise repasar mi sorpresa y mis carcajadas al oír, de boca de una señorita, tanto garabato junto. Y estoy seguro de que si yo mismo los dijera, no sonaría así de divertido. Nunca escuché completa la rutina de Paty Cofré o de Daniel Vilches (“el académico de la lengua”), pero me temo que incluso ellos fueron destronados del sitial que ostentaban.

Más allá de los garabatos, debo decir que me da pena la tal Rosa Espinoza, porque se nota que es una persona que debe tener algún tipo de trastorno de la personalidad. No es común (para no escribir “normal”, vicio en el que muchos caen) que alguien reaccione así frente a un oprobio de tan poca monta. No es común que agarre una botella de Coca Cola y amence a otra persona. No es común que dé gritos desgarradores mientras intenta poner a todos en su lugar.

Por ahora, me sigo riendo mientras recuerdo mi encuentro (virtual, eso sí) con lady Rosa Espinoza.

Rodrigo