12 julio 2007

"Sucede que me canso de reír..."

"Sucede que me estoy quedando triste;
sucede que me canso de reír.
Nada nuevo veo en las mañanas
ni en tus ojos de ayer...
Y sigo caminando calendarios;
sigo dando vuelta en un reloj.
Todo se detiene en un suspiro
que huye alado el eco de la voz..."

("Vuelta y vuelta", Congreso)


Estos días en los que he estado sintiéndome mal -enfermo- he tenido tiempo para pensar sobre el verdadero hecho que significa "vivir solo" y cuándo el verbo de esa expresión de dos palabras se cambia por ESTAR. Dicen que sólo recién cuando se quiebra el habitual curso de la vida (lo normal, lo esperado...) nos damos cuenta de las cosas que realmente nos preocupan, porque somos capaces de ponerlas en perspectiva y en oposición.

Siempre repito una frase que alguna vez esuché o leí (no sé dónde ni cuándo): "Sentirse solo y estarlo -efectivamente-, está bien... pero sentirse solo y no estarlo es mucho peor". No es que quiera victimizarme ni que necesite las palmadas en la espalda de la gente que me rodea día a día. Mal que mal, el curso de mi vida, hasta ahora, lo he manejado yo, consciente de mis actos. No me siento arrepentido ni mucho menos conflictuado con la sensación bastante desagradable de saber que no se puede contar con muchas personas en este mundo.

Yo elegí estudiar y encontrar un trabajo que me satisfaciera una vez terminada la universidad. Yo quise venirme a Santiago, a vivir solo. Yo permití que mi corazón se involucrara sentimentalmente con una persona que está lejos: de todo eso (y mucho más, claro) me declaro culpable. Es más, me siento orgulloso de haber logrado lo (poco) que tengo hasta ahora. Y desde el primer momento estuve consciente de que esta elección implicaba, por cierto, la posibilidad real de tener que valerme por mí mismo, en todo sentido.

Siento que uno no es capaz de dimensionar esto último hasta que no toma la decisión de irse de la casa de sus padres. Mientras uno esté bajo su mismo techo, no es posible comprobar tan intensamente cuán complicado es ser responsable de uno mismo. Qué sencillo me resultaba llegar a la casa y encontrar un plato servido o, en el "peor" de los casos, un sándwich de jamón con queso preparado. Qué agradable saber que no importaba que saliera atrasado y dejara mi cama desecha, pues sabía que (aunque yo le recomendara que no), alguien en la casa la iba a hacer.

Por lo menos, eso es lo que me pasaba a mí. Siempre hubo alguien que me atendió, me recibió con una sonrisa o me preguntaba, aunque fuera vagamente, cómo había estado mi día. Y qué decir de los episodios de debilidad de salud: cuando estaba enfermo, con fiebre, cuando me dolía la cabeza, el estómago, las muelas, los ojos... ¡Para todo una respuesta! (o un gesto bien intencionado por, lo menos).

En estos días estuve con fiebre, con dolor de estómago, con dolor de oídos (reconozco que por irresponsabilidades también). Y estuve solo. Nadie estuvo para cuidarme, a pesar de que siempre (me) digo que soy grande, independiente, y no necesito de una mano benévola que me tape o me dé las cápsulas que debo tomar. Pero me sentí solo, triste, abatido... no sólo por el malestar general que causa sentirse inhabilitado en una cama, sino porque -quizás más que nunca- quise acurrucarme en los brazos de alguien que no está, que ya no existe.

Y me he dado cuenta de que, aunque suene frío o doloroso, en casos puntuales, reales y concretos, todos los ánimos del mundo no son del todo satisfactorios si no son ofrecidos en el acto, cara a cara. Es alentador, claro, pero no sirve para sanar el cuerpo y el alma cuando estamos necesitados de algo (en este caso, de salud... ¿o compañía?). Agradecí que mi novio estuviera constantemente llamándome, preocupándose, pero lo extrañé y lo necesité acá. Imaginé que mi madre, desde la tranquilidad de su cama, estaba despierta, en vela, atenta a cómo me sentía. Quise ser niño y despreocuparme de mi realidad de enfermo, para que me cudiaran...

Pero estoy solo. Solo vine al mundo y así estaré por largo tiempo. No es que me disguste del todo; es entrtenido, sano, útil, incluso, llegar sin que nadie me dirija la palabra... pero a veces lo quiero. Y cuando no lo tengo, me pongo medio melancólico y triste. Triste, además, porque considero que estoy en una etapa de la vida en la que, afortunadamente, estoy preparado para (con)vivir con alguien: un amigo, un compañero de trabajo, mi familia... mi novio.

Espero no enfermarme tan seguido, para no tener que lidiar con estas sensaciones. Sé que tengo un esmísmar (con sus propios conflictos, los que -claro- tratamos de solucionar juntos en la medida de lo posible), una familia que se preocupa y una vida con sorpresas por delante. Sé que amo, que me aman y que esto no se agota. Eso, por lo menos, me hace sentirme feliz a pesar de cualquier bajón.

Rodrigo
(Foto: LatinStock)