26 abril 2007

Brillar con luz propia


Parte III: Mèriange en París y su primer contacto -real- con el mundo de la moda (continuación).


Ya estaba en París. Había viajado durante horas, igual que cuando escapó de su casa, hacía ya... ¡más de 10 años! En aquella ocasión vestía harapos. Ahora, era una joven bella y esbelta que llevaba encima un hermoso vestido de un material cuyo nombre no conocía, pero sí su suavidad. Antes de que llegara, se miraba en la ventana del auto en movimiento. ¿Qué veía, asombrada y sonriente?: a una perfecta señorita de sociedad. Sus ojos tan azules como el cielo francés que había cruzado; sus dientes blancos y perfectamente alineados; su piel lozana y lívida... todo hacía juego con el sombrero que llevaba en su cabellera trenada por ella misma.

Mèriange se sentía una señorita distinguida, quizás influenciada por las imágenes de damas ostentosas que viajaban a Avignon a deshacerse de sus hijas religiosas. Durante su niñez y adolescencia sólo había visto a dos clases de mujeres: aquellas a las que admiraba en secreto -mademoiselles- y, en el otro extremo, las monjas. De ellas sólo reconocía su abnegación y devoción por amar a un Señor al cual nunca podrían acceder en la vida terrenal. Estaba agradecida de la educación y todo lo que le habían dado, pero no dejaba de sentir lástima por ese estilo de vida al cual jamás adscribiría.

Caminó por la calle Saint Germain, mirando las fachadas de las casas y las tiendas que se erguían a un costado de la vereda. Tomaba aire en sucesivas inhalaciones y no dejaba de sonreír. Su corazón latía con rapidez mientras se cruzaba con jóvenes y ancianos vestidos elegantemente, al igual que ella (aunque era su único vestido, según había descubierto -con un poco de horror- al pasar por una boutique de alta costura). Su paso era firme, seguro. Era una pueblerina criada por monjas, pero no se dejaría avasallar por el pulso de la gran ciudad y sus ensoberbecidos habitantes. ¡No, señor!

Luego de unos minutos, llegó al convento de las hermanas carmelitas de París. El lugar era mucho más fastuoso que el de Avignon, pero las monjas eran menos hospitalarias. La recibieron con un ademanes de un seudo desprecio que caló hondo en Mèriange. Sin embargo, no se hizo mayores problemas y avanzó hacia la oficina de la madre superiora. El sonido de sus tacos se multiplicaba en los pasillos, lo que le daba un aire de grandeza inimaginado. Tac, tac, tac..., por fin llegó frente a la anciana que debía darle indicaciones sobre su destino en la Ciudad Luz.

- Bienvenida a París, Mèriange. La hermana Chantal de Dominique me ha pedido que te reciba, a pesar de que sabe que no tenemos lugar en el convento.

- No se preocupe, hermana. Sólo necesito saber algunas cosas. No se moleste en encontrarme un lugar donde habitar, porque de eso me puedo encargar yo misma. Le pido que me permita pernoctar esta noche en este lugar; mañana, a primera hora, me iré sin molestar a nadie... nunca más, respondió orgullosa Mèriange.

Y así se hizo. La joven rubia durmió en un pequeño vestíbulo reservado para la espera de las visitas dominicales. No se había sacado el vestido, mas sí los zapatos y el sombrero. La habitación era cálida. Mèriange se acomodó en un sillón de -¡legítimo!- terciopelo azul y durmió profundamente. Nadie se percató de su presencia, pues había cumplido su palabra al pie de la letra: no estaba molestando a nadie. Al cabo de unas 5 ó 6 horas, ya estaba en pie, con una lista de direcciones en las cuales podría ofrecerse para trabajar. Se dio los últimos retoques en el cabello y salió una fría mañana.

La primera dirección estaba a tan solo unos metros del convento. Se trataba de un restaurante en el que solicitaban una mesera "de buena apariencia". Mèriange había deslumbrado al encargado de personal, pero a ello no le pareció una opción considerable siquiera. Imaginarse repartiendo platos humeantes con un delantal a cuadros y el pelo tomado no era muy motivador. Necesitaba algo de dinero, cierto, pero no estaba dispuesta a rebajarse de tal modo. Ya había pasado más de 10 años sirviendo a las monjas; ahora debía brillar con luz propia.

Cerca del mediodía llegó a la Casa de Marriete. Era una lujosa tienda de moda, en cuyas vitrinas se apreciaban vestidos de seda y abrigos de piel. A primera vista, parecía más atarctivo que la jardinería y el asilo de ancianos a los que había pasado antes. La Casa de Marriette estaba buscando a una asistente de modas, título que hacía referencia a aquella persona que ordenaba las telas, repartía los trajes a las modelos y, de noche, cerraba el local por fuera. ¡Nada deslumbrante! Sin embargo... se decidió y entró, con paso seguro.

La alfombra del lugar hacía que Mèriange sintiera que levitaba mientras se acercaba a una anciana que revisaba unos papeles detrás de un mesón. Cuando estuvo cerca de la mujer, ésta levantó la vista y repasó el rostro y el cuerpo de la joven. Estuvo contemplándola por varios minutos, sin decir ninguna palabra, aunque asentía con la cabeza de tanto en tanto. El cuadro de mutismo se quebró sólo cuando entró una persona a la tienda. Era una mujer de alcurnia, de cuello estirado y mirada soberbia. ¿A ella tendría que asistir si la contrataban?

Marriette, la dueña, aceptó a Mèriange, quien se dispuso a comenzar en aquel preciso instante. Mientras tomaban una taza de café, la veterana empresaria de la moda le explicó de qué se trataba el negocio. Asimismo, le comentó sobre sus funciones en la casa de alta costura más reconocida de París. Su voz era ronca, pero amable, y hacía que la rubia provinciana se sintiera extasiada de tanto glamour, marcado a fuego en cada una de las arrugas de la vieja. Ése era el tipo de trabajo que siempre había soñado.

Tras la voz bronca de Marriette y su mirada acogedora había una mujer ávida de negocios, con una agudeza sensorial más desarrollada que ninguna de sus competidoras en el circuito de la moda parisiense. Era una ´zorra vieja` que tenía frente a sus ojos una mina de oro. Lo olía en la piel de Mèriange: esa mujer de apariencia sencilla podría llegar muy lejos. Su belleza era desbordante, jamás vista. Había que pulirla, sin duda, pero así como estaba era perfecta. Desde ese momento, Mèriange se convertiría en su mayor aliada y discípula.
(foto: LatinStock)

25 abril 2007

¿Por qué esos nombres?

Siempre me ha dado risa la caricaturización de personas o situaciones. Mi recurrente humor negro hace que me divierta con parodias de todo tipo (especialmente aquéllas en las que se remarcan -al punto del absurdo- las características más reconocibles de la sociedad).

Me considero un tipo que trata de luchar contra los prejuicios, pero debo reconocer que no siempre resulto vencedor en este sentido. Trato, además, de no parecer clasista, pero me entretiene mucho encasillar el ´modo de vida` de personas que tienen más o menos poder adquisitivo (éste es mi eufemismo para referirme a los cuicos y a los flaites, por ejemplo).

En el fondo, estoy en total oposición a la mala distribuicón de los ingresos, la falta de oportunidades y la estigmatización. No es que con esto me mofe de la difícil situación por la que debe atravesar quienes no fueron tocados por la varita de la fortuna. Por lo mismo, siempre abogaré por un avance socioeconómico y cultural en este sentido...

Pero me río igual. Quziás, las estridentes carcajadas lleven consigo un cuestionamiento permanente y una crítica implícita: ¿por qué son tan marcadas estas tendencias? ¿Se trata de un asunto que se lleva en los genes? ¿O es simplemente imitación del comportamiento en sociedad?

Toda esta reflexión surge de una situación muy sencilla, pero -a mi parecer- muy cómica. Un amigo me contó la etimología del nombre de una pequeña niña. No sé si la historia es exacta (porque estas cosas suelen ser adornadas conforme el traspaso de boca en boca), pero no deja de sorprenderme.

Un matrimonio bastante pobre tuvo una hija a la que llamaron Iloveny (i-l-o-v-e-n-y). Nombre curioso y bastante original", pensé. La persona que preguntó por qué le habían puesto así -según me enteré- es alguien bastante seria, aunque no pudo evitar el tono jocoso al momento de contar la razón de ese bautizo: los padres un día fueron a Patronato y quedaron encantados con una polera de cachemira y algodón que tenía un estampado con brillos. "I Love N.Y.", decía... ¡Iloveny!

¿Por qué en nuestra sociedad hay gente humilde que pone nombres tan extraños a los niños? Porque ésa, querámoslo o no, es una costumbre que no se da en todos los estratos. En las poblaciones, abundan los Bryan, Scarlett, Christopher, Michael, Estephany...

¿Por qué?...

¿Por simple curiosidad? ¿Admiración por la fonética extranjera o por las culturas más allá de la cordillera? ¿Es ignorancia? ¿O es, simplemente, esa característica que nos distingue a unos con otros?

Quizás, la respuesta está sólo en mi tradicionalismo para ciertas cosas... Lo único cierto es que cuando tenga un hijo -si es que-, le pondré un nombre más común. Hasta ahora, opto por Gabriel o Catalina. Nada de Iloveny por el momento...

Rodrigo

24 abril 2007

¿Y dónde está la dignidad?


Se pasó Eva.

No hablo de aquella mujer que -dicen- tentó al hombre y le dio a comer el fruto prohibido. Me niego a creer del todo esta teoría, apelando al libre albedrío que -dicen, insisto...- con que Dios dotó al Hombre. ¿No es un poco ilógico pensar que se dejó seducir por una serpiente que manipuló a una mujer?

Pero no quiero inmiscuirme en asuntos dogmáticos (por lo menos, no hoy). Estoy hablando de Eva Gómez, la conductora del programa "El diario de Eva" (copia del españolísimo "El diario de Patricia" y todos los productos afines). En realidad, no sólo me refiero a ella, sino que a todo su equipo, cuya cara visible -afortunada o desafortunadamente- es la blonda hija de la Madre Patria.

Hace un par de días había comenzado su nueva temporada, después del post natal. El regreso se anunciaba con bombos y platillos y muchas mamás esperaban con ansias ver los nuevos "casos" (testimonios) que el programa traía consigo. Y comenzó bien: una audiencia relativamente decente para el horario, un look fresco, un acento aún más chileno que antes y, sobre todo, historias más dramáticamente espeluznantes.

Eso: espeluznantes... Porque no se me ocurre nada mejor (¿peor?) para retratar el caso en que una madre y un padre revelaban a todo el país (en horario familiar) una falsa patenidad, mediante la realización de un test de ADN. Y eso no fue todo: después de ser increpada, la mujer-mentirosa se vio obligada a contar su más grande secreto: que su hijo era producto de una violación incestuosa. Llanto, angustia, tensión. Mentira, decepción. Un espectáculo miserable de la TV chilena.

¿Hasta qué punto somos capaces de llegar para generar "impacto" en los medios de comuniación? ¿Hasta qué punto transgredir la dignidad humana? Tal como versa el dicho popular: ¿todo por el ráting?

Lo que se dice como contraargumento no me satisfece: es cierto que el test de ADN es caro y que, en este caso, lo pagó Producción. Insuficiente. Es cierto, también, que se prestará ayuda sicológica al niño, a la madre y al padre, pero ¿por cuánto tiempo? ¿Hasta que se apaguen las cámaras y el "caso" sea reemplazado por otro más impactante? Lo siento, pero nada en este caso es suficiente para justificar el circo que se ha hecho de una situación tan delicada.

Y entre todo esto, la estoica Eva sigue diciendo que "estuvo muy bien lo que hicieron, porque ella es una persona que ayuda a la sociedad y que no trabaja por el ráting". ¿Cómo tan porfiada?, me pregunto. ¿No será mejor decir que se sobrepasaron? Porque si no lo hace(n), es probable que los hechos como éstos se sucedan... aunque haya habido un pronunciamiento de parte del canal de Sebastián Piñera (el ex casi presidente de Chile, por Dios), aunque el programa haya sido cambiado de horario, aunque Eva se engrife cuando la atacan en TVN...

A pesar de todo eso, no hay peor ciego que el que no quiere ver.

Rodrigo

Lo cortés no quita lo valiente



Hace 3 días ocurrió un sismo grado 6,2 (Richter) en el fiordo de Aysén, XI Región. Hubo grandes deslizamientos de cerros, cuyas toneladas de lodo y piedras cayeron al mar. ¿Resultado? Aparte del temor, de los daños por el temblor y el resquebrajamiento de la tierra, el mar se salió de su cota y arrasó con las zonas más próximas a la costa. No fue un tsunami, pero sí un fenómeno físico con implicancias desastrozas.

Hubo 10 desaparecidos (de los cuales, 5 han sido identificados como muertos) y daños inconmensurables en la gente de la ciudad. la zona fue declarada "de catástrofe" por el Gobierno y la Onemi. La presidenta Bachelet viajó al lugar, para comprobar los daños y delinear políticas de contingencia.
Sufro al ver el sufrimiento de la gente. Hay que ayudar, hacer algo en la medida de lo posible. No es posible permanecer inmutables frente a tragedias de tanta magnitud. Eso es una respuesta casi natural de los seres humanos frente al dolor. Hasta acá, todo correcto... pero hay algo que me desconcierta:

"Señora Bachelet, váyase a la punta del cerro", "dijo" Oscar Catalán (UDI), alcalde de Puerto Aysén a la Presidenta de la República. El verbo "dijo" está entrecomillado, porque, en estricto rigor, sólo fue una alusión. Es decir, "un recadito" para la mandataria, como se dice en buen chileno.

He aquí mi primer reparo: no es posible que una persona "le mande a decir" mensajes a la presidenta, sobre todo cuando el tenor de las declaraciones es tan grosero. Entiendo la rabia y la ¿desesperación? del edil, pero no justifico el modo de hacerlo. No apelo al respeto solamente por el hecho de ser una mujer (aunque culturalmente esto es una actitud intrínseca de lo que se entiende por respeto), sino por el cargo que ocupa.

Aunque haya diferencias ideológicas con Bachelet, Catalán no puede tener este tipo de actitudes. Estamos hablando de una persona -supuestamente- instruida e idonea para ocupar un puesto tan importante en la división administrativa del país. Con palabras populistas no se logra el respeto y la ayuda que la zona requiere. Hay que medirse, sobre todo, cuando se es la voz visible de una comunidad.

Quienes no ven en esta actitud un signo para inquietarse, dirán que, efectivamente, el sr. Catalán estaba interpretando la voz del pueblo. Se vio en las noticias cómo la gente de Aysén recibió a la presidenta con banderas negras, insultándola y pidiéndoles que se fuera. O sea, aparte de la tremenda experiencia que han debido vivir, ¿ahora se dan el lujo de rechazar la ayuda que se les ofrece? Insólito.

No me cabe en la cabeza que por orgullo o soberbia, una comunidad no pueda reconocer que la ayuda se necesita aquí y ahora. Es cierto que hubo "llamamientos" hacia la Oremi, para que investigara y dijera la verdad sobre los frecuentes movimientos telúricos... ¿Pero qué más se podía hacer? ¿Evacuar una zona de la cual los mismos pobladores no estaban dispuestos a irse? ¿Prohibir la navegación en una zona donde, hasta el momento del temblor, había barcazas ilegales en el mar?

Es cierto: hay que oír a la Tierra (literalmente) y a las personas, que -aunque se lereste credibilidad- algo de "sabiduría popular" tienen. Pero no seamos inconscientes. Para que un plan de evacuación resulte, hay que estar dispuestos a hacerlo. No sé qué querían las personas que ahora le reclaman a la Presidenta: ¿que firmara un decreto para prohibir los terremotos?

Lo que sí me parece acertado (y asertivo) es reclamar por la situación de las salmoneras que funcionan en la región. Muchas de ellas no cuentan con las condiciones básicas de seguridad (como quedó demostrado). A ellos también hay que exigirles y no sólo aplaudir porque dan trabajo a personas que después, cuando están desaparecidas, pasan a ser un número más entre las macabras cifras.

Rodrigo

23 abril 2007

Leer, soñar, crear...


Ayer, alguien me escribió:
"Crear mundos es parte de la vida..."
¡Y qué mejor que hacerlo a partir de una lectura! Un mundo propio, una interpretación personal...
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Hoy, 23 de abril, es el Día Internacional del Libro.

Desafortunadamente, las encuestas realizadas en Chile reflejan que somos un país de gente que no lee. Y, peor aún, hay un porcentaje muy alto de personas que lee... y no entiende. ¡Un desastre!

Si bien la tasa de analfabetismo en el país es mínima (menor del 5%), hay una muy mala educación en este sentido. Por eso, es interesante que haya iniciativas como la celebración de este día.

En Santiago, por ejemplo, se están entregando gratis unos libros pequeños que reúnen los 100 mejores cuentos del concurso "Santiago en 100 palabras 2005 - 2007". En varias estaciones del Metro los están entregando, junto a un afectuoso saludo: "Feliz día del libro".

¿Cómo no va a ser entretenido, enriquecedor y útil leer un libro? Sin duda, creo que es el mejor incentivo para el fomento de imaginaciones sin límite y espíritus creadores...
Rodrigo