13 abril 2007

Breve recuento de la historia de Mèrie Chantal Exupèry


Parte I: Infancia, escape y comienzo de la vida carmelita

En noviembre de 1978, en la sureña ciudad francesa de Avignon, nació una pequeña niña sietemesina. Sus padres la bautizaron como Mèriange. A los 3 días de haber dado a luz, la madre -una ex prostituta de alta sociedad- la dio en adopción a una famila de campesinos que la habían ayudado en el parto. Ambas partes prometieron no revelar jamás aquella particular transacción de la pequeña...

Mèriange vivió entre vacas y bueyes; entre gansos y pavos, convirtiéndose en una trabajadora más de la finca. A los 5 años, murió su madre adoptiva, Luise, y quedó ella a cargo de las labores domésticas. Aprendió rápidamente a cocinar, a preparar pócimas, a desgüellar ocas, a extraer leche, a limpiar la casa, a desmalezar el huerto, a plantar hortalizas... y aprendió, también, que la vida no le sería sencilla.

El primer abuso por parte de su padre ocurrió para el séptimo cumpleaños de Mèriange. Ella se había levantado temprano y fue a la habitación principal, buscando su regalo. Pero como eran una familia muy humilde, nada había para ella: el padre había ocupado los ahorros que Luise había dejado para comprar vino. Y ahí estaba él, semidesnudo, sudado y borracho. La miró por largo rato y pudo contemplar su rubio cabello cayendo sobre sus hombros. La niña era hermosa, pero no era más que eso: una niña.

Sin embargo, para el abyecto campesino, ella significaba la única figura femenina bajo el techo de su choza. El alcohol y su sexualidad nata lo hicieron pensar en su hija adoptiva como un receptáculo de placeres carnales. Se abalnzó sobre ella, poniendo sus grandes y curtidas manos sobre sus brazos. La inhabilitó. Con hábiles zarpazos rasgó su ropa hecha de saco y -enagenado- se dispuso a violarla.

Mèriange siempre había mostrado perspicacia, argucia, astucia y una fortaleza interna sobrenatural. Así lo había advertido su madre adoptiva y, ahora que ella había muerto, se lo demostraba con un acto solemne y temerario: con todo el valor del mundo que no conocía mordió el lóbulo de la oreja izquierda de su agresor. Lo asió con tanta fuerza que logró arrancar un pedazo. Y tal como había supuesto, eso bastó para que todo acabara en ese preciso instante. La pequeña rubia de 7 años había vencido al gigante, que intentaba -en vano- buscar el trozo de carne que le faltaba.

El viejo quedó revolcándose, embriagado de vino y de dolor. La niña, quien extrañamente no estaba asuastada, corría por el campo mientras esuchaba a lo lejos los alharidos de su padre-abusador. No quiso mirar hacia atrás. Pretendía, de ese modo, dejar en el olvido una vida miserable. Corrió, corrió, corrió. La adrenalina fluía por su esmirriado cuerpo, pero las fuerzas no se acababan. Atravesó plantaciones y terrenos yermos, siempre con la vista al frente; con la frente en alto.

Mèriange repasaba la escena en su cabeza mientras respiraba la birsa fresca de los campos. Estuvo avanzando sin parar, sin rumbo, durante una hora y media... Había concretado -¡por fin!- su anhelado plan de escape. Ahora era libre para no tener que rendir cuentas ni mucho menos lavar trastos inmundos de residuos de una comida que ela misma debía preparar. ¡No! Ella era una niña y, como tal, merecía tener otra vida. Quería una vida de ensueños, de vestidos de algodón, de muñecas de porcelana. ¿De dónde provenía esta mujercita? ¿De qué mundo paralelo había obtenido aquella información? ¿O es que, acaso, Mèriange, tenía en su sangre el gen del boato?

Deambuló un día; una noche. Otro día y otra noche. Y otra, y una más... Se alimentó de frutos silvestres, semillas y agua de pozos. Era una niña fuerte -¡eso estaba claro!-, pero no una máquina. Muy a su pesar, llegó el momento en que tuvo que reconocerlo: estaba exhausta. Necesitaba un lugar relativamente cómodo para reposar, para dormir, para bañarse... ¡para comer! Cerraba los ojos y podía oler un plato bien preparado (no como los de ella). No sabía dónde lo iba a encontrar, pues miraba a su alrededor y sólo veía inmensidad inerte.

Se sentó sobre una gran piedra y lloró. No sabía el real motivo de sus lágrimas (¿soledad? ¿Miedo? ¿Desesperación?...), pero dejó que éstas corrieran tranquilas por sus mejillas otrora rosadas -ahora polvorientas-. Estuvo sin moverse hasta que la noche comenzó a hacerse presente. La claridad se fue perdiendo... rápidamente... Hasta que todo quedó oscuro nuevamente. Y de pronto lo vio: a una distancia considerable -aunque mínima comparada con lo que había sido su carrera hasta ahí- había una luz. ¡No! ¡Eran muchas luces!... Una casa, sin duda.

Cuando llegó a la puerta del lugar vio que había una placa, pero como no sabía leer (aunque sí conocía algunas letras que le había enseñado Luise) no comprendió adónde estaba llegando. Toc toc toc. Tres golpes en la aldaba, pero nadie contestó. Todo alrededor parecía demasiado silencioso. Sus llamados, un tanto desesperados, se volvieron suplicantes. Volvió a tocar un par de veces... Hasta que de pronto se abrió.

- "¡Madre de Dios! Pobre cristianita de mi corazón... Ven, pasa niña. Has llegado hasta acá iluminada por la estrella de nuestro Señor. Entre nosotras te sentirás mejor", dijo una mujer vestida con un traje café y toca blanca. Mèriange, ad portas de convertirse en Mèrie Chantal, no sabía que estaba a punto de ingresar a un convento de las Hermanas Carmelitas de Avignon; y mucho menos intuía cuánto tiempo iba a pasar en él.

Rodrigo

11 abril 2007

Las historias de Mèrie Chantal Exupèry


Mèrie Chantal Exupèry de-Bardieu:

Su nombre despierta suspicacias y desata las pasiones más ocultas...


De ella se ha dicho demasiado: que ama, que odia; que seduce, que mata...
MC no tiene inhibiciones ni escrúpulos; se dice, incluso, que no tiene corazón. Pero eso no es tan cierto: MC llora, sufre y anhela... aunque no siempre consigue lo que quiere.
- "Aunque el dinero le nuble el pensamiento; aunque el placer la tiente; aunque caiga, MC se reinventa": se escribirá eso y mucho más.

... Sin embargo, su verdadera historia -sus verdaderas historias- aún no han sido contadas.
PRONTO... La vida de Mèrie Chantal... al rojo.


Rodrigo

"Me suena... me suena..."


"Vampiros en La Habana" es uno de esos típicos títulos que has escuchado en alguna parte; alguien lo mencionó para referir alguna escena precisa o quizás alguien le dijo a alguien que era una buena película... Pero, en realidad, nunca hemos tenido una real idea de lo que trata.

Cuando tuve la posibilidad de verla, mi mecanismo de búsqueda-de-recuerdos se activó. Hurgó en todos los recovecos, pero no encontró nada más que un trillado "me suena". Efectivamente, alguna vez había esuchado al respecto; pero era obvio que no sabía nada.

Y así nomás fue: grande fue mi sorpresa cuando descubrí(mos) que era un filme animado. Y, después, cuando conocí la trama, quedé aún más sorprendido. Según mi punto de vista (carente de cualqueir consideración técnica), ésta es una película muy "jugosa"; de ésas que presentan imágenes y escenas surrealistas, inverosímiles, inpensadas. Todo lo que puede pasar, pasa. Y más...

Hay una entretenida historia que no pudo nacer nomás que del cerebro del creados. ¿O alguien tuvo antes la idea de que un puñado de vampiros sibaritas recorrería el mundo para pelearse a muerte por un tónico para vencer la fotofobia? ¡Bastante rebuscado!... Pero muy interesante.

Hay un trasfondo político-social en la película. ¡Obvio! No por nada estos nosferatus-succubuses están en La Habana. Sin embargo, eso pudo estar mejor desarrollado, para poner en contexto a quienes, como yo, no sabemos muy a fondo la historia de ese país en tiempos pretéritos.

Véanla si tienen tiempo. Es livianita, pero muy entretenida.

Rodrigo

El (prostituido) "lenguaje televisivo"




Sé que "mientras se entienda el mensaje", la comunicación existe. Esa premisa (bastante básica, según mi modo de ver) es marcada a fuego por los profesores en las cátedras de Teorías de la Comunicación en la universidad. Y, al parecer, actualmente hay profesionales del periodismo que se lo tomaron muy en serio.

Es el caso de aquellos colegas que trabajan en los noticiarios televisivos. Mucho se dice que, para estar frente a la pantalla, lo que se necesita es una imagen telegénica (un eufemismo bastante barato para rechazar a aquellos menos agraciados físicamente), un conocimiento reducido de las palabras más comunes utilizadas por los hablantes chilenos y un poco de dicción. Vòila!: una perfecta nota informativa...

Pero resulta que habemos gente que es más quisquillosa con la lengua y exigimos (o, por lo menos, esperamos) excelencia en el modo de hablar de quienes -se supone- estudian para comunicarse con el resto. No es posible que día a día, tarde a tarde, noche a noche, haya gente que hable tan mal en las notas que se exhiben. Es una falta de profesionalismo que no se puede tolerar, a mi gusto.

Cada vez que veo el noticiario central de Chilevisión (elegido entre todos por ser un poco menos malo) peleo con los periodistas que leen el off de las noticias. "Hace tres días atrás, la policiía arrestó a dos mujeres, la cual tenía 3 tipos de especie de droga en su poder", dijo ayer uno... ¡Cero respeto por la concordancia, por la no-redundancia...! Y suma y sigue: no hay nota en la que no existen errores de congruencia de género, numérica.

Y eso que sólo estoy hablando de algo evidente a simple vista. Porque no es un misterio que la calidad de un producto televisivo pasa por muchas cosas, no sólo por tratar de ser más heterogéneo en la elección de los temas, de los enterbistados y los puntos de vista. La pluralidad en ese sentido se agradece mucho, pero considero que debiera haber un esfuerzo por estar a la altura de las circunstancias.

Me preocupa que la gente en la calle no hable bien; que los afiches publicitarios estésn atestados de errores (incluso ortográficos); que en las teleseries haya parlamentos mal escritos; que las publicaciones oficiales de Gobierno presenten deficiencias; que en algunos diarios no haya prolijidad al escribir... Pero no aguanto que los periodistas en la tele hablen como se les dé la gana. ¡No, señor!

Rodrigo

10 abril 2007

Planta 4ª

Ayer vi esta película: Planta 4ª, del director español Antonio Merecero. Se trata de un filme poco difundido en Chile, que habla sobre las vicisitudes de un grupo de niños minusválidos en un hospital.
Es una historia sencilla, predecible y cargada a las emociones. En ella no hay conflictos sexuales -propios de los adolescentes que bordena los 14 años- ni crímenes ni ofensas ni nada. Es una película correcta, donde los protagonistas proyectan bastante naturalidad y simpatía al espectador.

La trama sigue un oren secuancial bastante lógico y es muy fácil desprender los "conflictos" que se suceden. Los escenarios son reducidos: la planta cuarta del hospital (y, en general, todas las dependencias del recinto -sala de exámenes, de terapia, de alimentos, etc-) y el patio, donde los "pelones" juegan básquetbol sentados en sus sillas de rueda.

Planta 4ª es una película que apela a los sentimientos. Quizás, ése es un defecto, por cuanto muestra a los chicos como víctimas por el solo hecho de estar enfermos, postrados ad portas de alguna ablación. Falta el componente anexo: una historia mejor contada de cada uno de los personajes... Darle más consistencia a los mundos paralelos que se reúnen en un lugar por situaciones coyunturales. En ese sentido, Miguel Ángel (en el afiche publicitario) es el más potente, ya que se habla de un conflicto familiar no resuelto... Pero ahí queda. Pobre en ese sentido.

No es un filme que haga llorar a mares, pero de todos modos logra remover las fibras de la sensibilidad. No imagino a alguien que pueda permanecer inmutable viendo el esfuerzo y el dolor de las personas que padecen alguna enfermedad terminal, más si son niños.

Rodrigo

Oprobio

"Hay que echar a andar el cerebro antes que las palabras", me dijo alguien hace muy poco. Estábamos enfrascados en una disputa cuyo soporte físico era el ciberespacio. ¡No tenía por qué enojarme o intentar rebatir semejante orpobio! Pero lo hice. Me quise defender, limpiar mi honor de ser-pensante y comencé a elaborar una serie de argumentos que demostrarían la poco sustentable base de aquella isinuación de estupidez dirigida hacia mí sin anestesia.

Mi primer dardo apuntó a una inconsistencia en el propio modo de elaborar la afrenta: es imposible decir palabras sin que haya siquiera un mínimo funcionamiento del cerebro en aquel proceso. Porque hasta el ser menos instruido debe pasar por aquella sinapsis neuronal que nos permite decir palabras con más o menos ilación. Sin embargo, sabía que no era una reflexión muy potente en mi defensa. Aquel tipo no estaba poniendo en duda eso, sino que apuntaba a algo más profundo: había tocado la fibra del razonamiento.

Fiel a mis características de salmón que nada contra la corriente, no pude permitirme estar de acuerdo con ese personaje que me ofendía. Mi veleidosa personalidad me hizo fluctuar entre el orgullo herido y la soberbia. Simplemente, no quise reconocer que, en parte, asentía la afirmación: hay que echar a andar el cerebro antes que las palabras. No es que me sintiera estúpido por el hecho de que alguien me lo insinuara. Cada uno es fiel espectador de las potenciales que la vida nos ha dado y sé que el destino no ha sido exiguo en sapiencia para mí.

Pero me quedé pensando... Hay que echar a andar el cerebro antes que las palabras... ¿Qué tan cierto era eso? ¿Qué tan en práctica lo he puesto a lo largo de mi vida y de mis relaciones sociales? Aparentemente, muchas menos de las que hubiese querido. Porque me he descubierto muchas veces arrepintiéndome por decir algo "sin pensar". Esto no ha sido una constante en mi accionar, pero ha estado presente en un par de oportunidades. ¿Es que no lo pienso o luego pienso que lo quise decir? O quizás sólo ocupé las palabras equivocadas...

O quizás soy cobarde y después me retracto de lo que digo. Tal vez no quiero hacerme responsable de las consecuencias y evalúo sólo sobre la marcha. O quizás pienso mientras hablo...

Las posibilidades son muchas. Lo que -creo- se debe procurar es lograr lo que todo mensaje comunicactivo espera: que haya retroalimentación; que se entienda el texto en su contexto... las palabras en su fuente originadora. No me refiero a un soliloquio del cual nosotros mismos somos testigos, porque eso no representa ninguna intención desconocida en cuanto somos emisor y receptor al mismo tiempo... Hablo de aquellas cosas que se dicen a otros, que tañen a otros; que hieren a otros.

Eso es lo que no quiero. No me importa que un necio me llame necio. Me importa que aquellos que están a mi lado, que forman parte en la construcción de mi vida, no se sientan ofendidos cuando digo palabras que salen presurosas de mi boca. Me importa que no se malentienda. Me importa no hacer sufrir a los que amo. Porque sólo en esos casos, me lamento no echar a andar el cerebro antes que las palabras. En todos los demás, es sólo cuestión de acomodar las apreciaciones y redefinir el objetivo del discurso.

¡Ah!, todo es distinto cuando se escribe (quizás por eso lo prefiero).
Rodrigo

09 abril 2007


(Éste es un mensaje sólo para ti:)

Siempre he dicho que eres el mejor.
Por algo te escogí entre la multitud (jejé).

¡Esta postal te espera!

(I´m gonna miss ya!)

Estoy muy orgulloso, como siempre.


Rodrigo


Recuerdos en un día gris


Mi amor por ti es como una fuente que no se agota:
me alimenta, me reconforta y me sacia las sedes profundas.
Tu olor impregna mi almohada cuando estás a mi lado,
y me acompaña si estoy solo en la tierra de los sueños.
Pienso en ti al despertarme y también al anochecer.
Te veo, te siento, te espero.
Te amo.
Quiero abrazarte con un abrazo.
Quiero abrasarte con las brasas de mi deseo.
Recorro tu cuerpo mentalmente, a cada momento:
lo recuerdo perfecto para mí, ideal, insuperable.
Anhelo tu pelo claro en mi pecho, entre mis manos;
tus labios tan rojos, como aquel primer día,
tus ojos dulces, tu voz profunda, tu cuello erguido.
Amo la suavidad de tu piel desnuda,
la elegancia de tu cuerpo vestido a diario.
Muchas veces te he besado;
y no me canso de sentir tu sabor en mi boca.
Siempre quiero más:
amarte más,
complacerte más,
enamorarme más,
sentirte más.
Contigo no me callo: te hablo desde lo más hondo.
Te doy lo que tengo, que no es mucho pero es mío.
Recibo, con gusto, lo que me das: tu mundo.
La invitación fue hecha tiempo atrás y la sigo atesorando.
Y te amo,
te espero.
Para que vengas a tocar mi puerta,
me sonrías, como siempre,
me saludes, como siempre
y te quedes, para siempre.

Rodrigo Z.
(Lo escribí para mi fotolog, pero me gustó bastante, porque refleja muy bien la intensidad de lo que siento. Sé que la pluma poética no es mi fuerte, por lo que me siento doblemente orgulloso de mis palabras. ¡Los intentos también son valorables!)