04 mayo 2007

La TV que no quiero


"Vergüenza... cada día más vergüenza", bolereaban Los Jaivas por primera vez, en 1971. Han pasado más de 30 años y no encuentro mejor frase para describir lo que siento al ver ciertos programas en la televisión abierta en Chile.

Hay para todos los gustos: eso es una máxima bastante recurrente al hurgar en el infinito espectro de alternativas que se nos ofrecen a la hora de comprar, de esuchar música o ver televisión. Sin embargo, no sé hasta qué punto eso sea tan cierto en el caso de esta última -por lo menos en lo que a Chile respecta-: ¿dónde están los programas con un contenido trascendente? ¿Existen opciones para que el intelecto se cultive por este medio?

La televisión es una herramienta que, entre sus variadas funciones, se dice que educa o guía conductas. Es discutible ese rol, aunque no se puede negar (por cuanto es un medio de gran alcance). No obstante, veo que sólo nos estamos quedando con el producto fácil, con el recurso barato y, lo que es peor, con prácticas que cimientan la ignorancia y la horrible tendencia a "no-pensar". No se trata sólo de que el componente diversión esté apoderándose de las pantallas: es, también, una subestimación de los auditores.

Lo lamentable de todo es que no sé qué tan inocentes sean las personas que ven televisión abierta en Chile. Hay productos que huelen a bazofia ("SQP" es el paroxismo de este basto grupo), cierto, pero ¿qué hacer si las personas los ven? Ése es un problema: la retroalimentación que tienen. Porque son muchos los que se alimentan de este no-contenido y ensalzan prácticas como el chaqueteo, el rumor sin fundamento, la descalificación... ¡lo peor de la estupidez humana!

Y entre ese grupo de nuevos ídolos surgen los personajes que, como yo mismo defino, "no le han empatado a nadie". Me sorprende la rapidez con que llegan al tope de la popularidad figuras o personajes cuyo C.I es igual o inferior al de una libélula (el ejemplo es sólo porque me gusta esa palabra). El rátng sube como espuma cuando aparece una mujer mostrando escotes infartantes, cuando un bailarín que se depila las cejas y habla con ademanes femeninos dice que "tiene algo que contar"... ¿Qué nos pasa? ¿Por qué tan ávidos de famosillos? ¿Cómo no va a haber el mínimo de cordura , inteligencia o deseo de aspirar a algo mejor?

Escirbo esto a raíz del fenómeno "Luly". Relamente, lo encuentro patético. Y no es que sólo me da rabia que una mujer sin estudios, sin talento y sin sustancia llegue a tal posición en los medios (lo cual podría asemejarse a la envidia). Lo que me extraña es esta capacidad de los medios por hacerla un fenómeno, por darle tribuna, por inflar a una pobre tipa con buenos senos; y, por otro lado, me cuesta creer que haya gente interesada en verla como una ídola, como un elemento que aporta.

Y no es que me las dé de intelectual. Es, simplemente, que me gustaría tener la opción de ver a esta chiquilla. Lástima que, por lo menos en Chile, no se puede, porque todo está teñido por la manta del recurso fácil para acaparar la atención.


(foto: Latinstock)

Rodrigo

Adiós Mèriange; ¡bienvenida Mèrie Chantal!


Parte IV: Pasarela, cambio de nombre y primera cita.

Durante los primeros días, Mèriange estuvo abocada a ordenar una pila de telas que se encontraban desordenadas en una bodega. Esta labor tenía un objetivo doble: permitir una mejor y más rápida selección del material utilizado para confeccionar los vestidos y -lo menos importante para ella en ese momento- habilitar un pequeño cuchitril donde dormir mientras encontraba una habitación en algún hostal parisiense.


Casi al completar la primera semana, el sector ya lucía en óptimas condiciones y podía utilizarse perfectamente como taller de costuras, bodega y dormitorio. Mèriange se había encargado de adornar las paredes con retazos de llamativos colores y diferentes texturas, haciendo gala de un refinado gusto que Marriette iba descubriendo, encantada. Quizás por lo mismo, había autorizado que su nueva empleada se quedara con las telas que ella quisiera, para que pudiera confeccionarse algo semejante a un vestido. ¡Y vaya que se lo había tomado en serio la hermosa rubia! Con astucia y algunas horas de desvelo había logrado maravillas.

La Casa de Marriette estaba a punto de cambiar la totalidad de las prendas de la vitrina. Era una ocasión esperada con ansias por las señoras de la alta sociedad de París, quienes acudían en masa a disputarse los vestidos, incluso antes del gran desfile de modas que Marriette preparaba para dar el "vamos" a sus colecciones. La oportunidad se transformaba en un verdadero evento en el que se juntaba el público más selecto y exigente: ellas admiraban la ropa, los colores, la innovación de los cortes... mientras ellos, acomodados dueños de empresas y grandes consorcios, no quitaban los ojos de encima a las modelos.

Ésta iba a ser la primera vez que Mèriange estaba en un desfile de modas, a tan sólo días de haber arribado a la capital francesa. Estaba emocionada y quería hacer las cosas bien, para ganarse el respeto y la confianza de su jefa. Además, sentía unas ansias locas de estar en contacto con aquel mundo de luces, música y glamour al que siempre había accedido sólo por revistas. En los días previos, la "asistente-modelo" estaba totalmente excitada, corriendo a dejar invitaciones, haciendo llamados, confirmando asistencias. Incluso, se había provado uno que otro vestido para que Marriette pudiera hacer arreglos de última hora. El cuerpo de Mèriange era fabuloso y podía resistir hasta el entalle más traicionero.


El momento había llegado. Marriette miró hacia la concurrencia y vio que el gran salón estaba repleto de damas refinadas con sus esposos. En los camarines, las modelos corrían en ropa interior y chocaban unas con otras cuando intentaban acomodarse sus vestidos. Mèriange miraba absorta todo el panorama y, de vez en cuando, se atrevía a dar algunas instrucciones a las maniquíes más atolondradas. "Pero, mujer, hazlo más rápido... Tú, ¿no te das cuenta de que estás abotonando mal esa blusa?, dijo con determinación en varias oportunidades. Por un momento pensó que sería reprendida, pero, muy por el contrario, recibió miradas de aprobación.


El desfile comenzó puntualmente. Las luces se apagaron, la música comenzó a dar sus primeros acordes. Se escuchó la voz de Marriette por los parlantes. Saludó, dio la bienvenida y dio inicio a la primer parte del espectáculo. La primera modelo, una italiana de porte elegante, saltó a la pasarela y comenzó a caminar con movimientos acompasados. Los ojos de los comensales se abrieron enseguida, al igual que los de Mèriange, quien, a un costado del escenario, vigilaba que cada movimiento fuese perfecto. Ella sabía de memoria el orden de las salidas, el tiempo de permanencia de cada maniquí, etc.

El destino tenía reservada una agradable sorpresa para Mèriange. Estaba abanicándose, observando todo desde la primera fila, cuando -discretamente- se acercó Marriette y le susurró algo al oído. Acto seguido, la rubia se levantó de su asiento y caminó con paso rápido hasta las bambalinas, mientras hacía ademanes de aprobación. Nadie se percató de la escena, excepto las modelos, que no veían con buenos ojos a la espigada nueva asistente. ¿Era odio lo que sentían? En ningún caso. ¿Envidia, tal vez? Lo más probable es que vieran amenazados sus respectivos cetros de mujeres hermosas: la francesa pueblerina criada por las monjas era la más bella entre las bellas.

Mèriange entró a los camarines y vio que una de las modelos estaba en posición supina. ¡Se había desmayado y no estaba en condiciones de salir a desfilar un fino vestido negro de encaje y transparencias. Alrededor había más de 10 mujeres dispuestas a arrancarse los ojos por lucir aquel modelo, pero ninguna de ellas había sido la elegida para la suplantación. Marriette, en un acto consciente, decidió salir hasta el público y hablar con su asistente. Sin duda, ella podría lucir perfecta dentro de ese trozo de tela exquisitamente pequeño y delicado. Con voz estentórea reordenó a las maniquíes y le pasó la pieza a Mèriange, quien se la calzó al instante. ¡Perfecta!

El desfile de modas de la nueva temporada de la Casa de Marriette fue todo un éxito, a pesar de que todos estaban conscientes de que la mayoría de los vestidos jamás podría ser usado por alguna de las señoras que acudían cada 3 meses. Mèriange estuvo descollante sobre la pasarela. Había caminado segura, moviendo con gracia y elegancia su cuerpo al compás de la música y los varoniles aplausos de los esposos. Sin duda, había sido la mejor; la ás segura, la más sonriente. La más deseada. A tal punto llegó su éxito qu, una vez terminado el espectáculo, Marriette se acercó a la nueva modelo. Con una amplia sonrisa de satisfacción:

- Una persona quiere saludar a la mejor modelo del desfile, dijo la dueña. Se trataba de un hombre apuesto, cercano a los 50 años. Su apariencia era impecable y sus ojos la miraban con curiosidad y admiración. Mèriange no sabía que se trataba de un adinerado socio del Banco del País.


- Encantada, dijo la rubia, aún con el vestido negro (hubiese preferido nunca quitárselo).

- Nunca te había visto en un desfile. Estuviste espléndida. ¿Cómo te llamas?

Mèriange dudó. Su nombre real era demasiado simple -demasiado pueblerino- como para una mujer de tanto glamour. Hurgó rápidamente entre sus recuerdos más recientes y luego, con total naturalidad, respondió:


- Me llamo Mèrie Chantal ("¡perdón sor Chantal de Dominique por usurpación de nombre!").

- Si no tienes inconveniente, te invito a salir esta misma noche, dijo el improvisado galán. La nueva Mèrie Chantal asintió con una leve sonrisa y haciendo brillar más que nunca sus ojos azules. Era su primer "Sí".
(foto: Latinstock)