13 noviembre 2007

¿Por qué no se callan?

La XVII Cumbre Iberoamericana ocurrió en Santiago y yo casi ni me entero, de no ser por las noticias en diarios, radios y diarios. La semana pasada -como nunca- hice sólo trayectos bajo tierra, en un Metro atestado de personas, y no tuve la oportunidad de ser testigo de vallas, protestas, contingente policial ni autos blindados.


A pesar de esta pseudo desconexión del mundo real, me interesé por algunos pormenores del encuentro: datos insípidos como el color de la ropa de la presidenta electa de Argentina, detalles del chilenísimo menú que se sirvieron en la cena de honor y uno que otro tema importante abordado entre los mandatarios.


Sin embargo, lo que más ha causado polémica no ocurrió sino hasta el final de la cumbre, justo en el día de clausura. Cuando todo parecía haber concluido bien, todos fuimos testigos del encuentro verbal entre el rey Juan Carlos de España y el presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez.


"¿¡Por qué no te callas?!", dijo el monarca a Chávez, en una acalorada defensa a la honra de el ex jefe de Gobierno hispano, José María Aznar. La interrupción, por cierto, no calló las críticas del mandatario venezolano, pero sí generó tal nivel de impacto que hasta el día de hoy la frase da vueltas al mundo.


Todos estaban desconcertados: el Rey (aunque suene incríble, sí: aún existen) interrumpiendo a Rodríguez Zapatero con una visceral interpelación; un "personaje" como Chávez lanzando críticas obscecadas a cuanto personaje, forma de gobierno u opinón disidente se le cruce por delante; la presidenta Michelle Bachelet tratando de poner orden... y una sarta de mandatarios que poco o nada pudieron o quisieron decir.


La escena, repetida hasta el hartazgo como "el" momento peak de la semana, me hizo reflexionar sobre la calidad del debate cada vez que debemos confromnar opiniones. Muchas veces, no somos capaces de sustentar argumentos sólidos y caemos en la tentadora opción de apelar a descalificaciones personales o ataques directos. Generalmente, es más fácil criticar al otro (o sacar a relucir las debilidades de sus planteamientos) antes que potenciar la visión propia. Eso no es malo, siempre y cuando no se convierta en un vicio, como ocurre con muchos personajes de la política actual.


Los constantes arrebatos pueriles de Chávez no hacen más que confirmar que se deleita denostando las posiciones políticas-sociales-económicas de otros. Este mandatario va por la vida lanzando acusaciones y epítetos, y se ha olvidado siempre de mirar los conflictos internos de su administración y la aplicación de sus "democráticas" políticas. Da lo mismo si es el rey Juan Carlos o quienquiera que sea: lo que cuenta -para él- es la confrontación oprobiosa y, aveces, barata.


Pero esto no es un ataque a Chávez. Es -como decía- una crítica al debate mezquino y falto de ideas. No puede ser que el propio rey Juan Carlos, en un arrebato de patriotismo e ira, haga callar a un mandatario en medio de una sesión formal, pasando a llevar la labor de la presidenta como moderadora. No puede ser que el país y el mundo festine con algo que muestra nuestra poca tolerancia y respeto con el resto de los seres humanos (porque ni siquiera se trata de un trato especial por el cargo que cada uno ocupa en un determinado gobierno).


Hay que hacer más uso del razonamiento y del sentido común. Elaborar un buen argumento puede traer satsifacciones mucho más grandes que enlodar al contrincante. Tener respeto por las instancias de participación ciudadana y democrática es un ejercicio que puede traer muchos beneficios para todos nosotros, que desde el otro lado del televisor, esperamos pacientes a que haya diálogos y acuerdos para que muchas cosas mejoren.

Rodrigo