12 septiembre 2007

Un problema ´de forma´

"Se requiere de diálogo, no de presión; de ideas, no de violencia", precisó la presidenta Bachelet al analizar las manifestacioes del pasado 29 de agosto. No es la primera vez que se refiere en estos términos a la hora de los balances y, por lo mismo, muchos podrían criticar su actitud poco categórica. Los medios no tardaron en reproducir las voces de los organizadores, ávidas de reacciones inmediatas: ¡Que hable de medidas específicas! ¡Que no se vaya por la tangente!
Como seres humanos, tenemos el derecho de expresar lo que sentimos: si estamos contentos, gritamos de felicidad (y nadie puede acallarnos); si hay tisteza, el llanto fuerte y desgarrado puede ser un excelente medio de sanación. Y, por supuesto, si hay disconformidad social, lo más normal del mundo es salir a manifestarse. ¡Claro!, porque estamos en una nación que se autodenomina democrática, donde uno de los pilares para el funcionamiento del Estado es el bienestar de la ciudadanía.

Pero ¿qué pasa cuando en ese legítimo afán se pierde el sentido prístino, sepulatdo bajo un manto de violencia y bandalismo inusitado? ¿Hasta dónde el ciudadano común está consciente de que la práctica democrática consiste, justamente, en la lucha de ideas con fundamento y no en una batalla campal donde sólo tiene cabida el más fuerte, cual si estuviéramos regidos por la Ley de la Selva?


Ver las noticias es en mí una costumbre y, a la vez, un placer. No obstante, ayer me sentí sobrepasado (narcotizado) por la plétora de informaciones que destacaban como ´EL hecho del día´ los actos de violencia desmedida ocurridos en el centro de Santiago. ¿Y qué pasa con el fondo de todo esto? ¿Dónde están los profesionales y las personas que evalúan responsablemente qué se demanda y qué se exige? ¿No se dan cuenta, acaso, que con este tipo de protestas pierde fuerza todo acto que podría significar la reivindicación de las masas organizadas?


Es una lástima que haya este tipo de cultura ciudadana en Chile. Lamentablemente, en nuestro país no se entiende el derecho masivo a expresión si no está ligado con manifestaciones físicas de violencia. Somos ignorantes a la hora de protestar: o nos quedamos sumidos en una pasividad aterradora o salimos a las calles a quemar neumáticos, lanzar artefactos incendiarios y a romper todo lo que esté al alcance. ¡Las épocas donde las hordas con antorcha en mano eran justificadas como método válido (y respetable) de manifestarse ya están obsoletas!


Escribir en tercera-persona-plural no es producto de un capricho. Me siento parte del pueblo chileno; obedezco a su idiosincrasia, aunque no siempre esté de acuerdo con algunos de sus aspectos. Desconocer el modo en que nosotros mismos actuamos sería una suerte de traición a la sangre. Por lo mismo, me duele y me molesta profundamente que actitudes bandálicas como las de ayer nos pongan una etiqueta (interna y también internacional) de un país que no puede resolver sus conflictos de manera civilizada.


Quizás, la sangre de los aguerridos araucanos que se opusieron a la conquista española (cuyos ecos de cultrún se oyen hasta hoy) sea un rasgo que aflora en estos escenarios. Curiosa relación, si se piensa que en Chile no son muchos los que reconocen esta ascendencia indígena (¡¿mapuche... yo?!). Si no, ¿por qué los argentinos, por ejemplo, son capaces de protestar de modo pacífico cuando hay grandes conflictos sociales? He visto con admiración las marchas del silencio, los cacerolazos, las huelgas de manos alzadas... Ellos son capaces de caminar cuadras, de llegar al Palacio de gobierno y levanatr sus pancartas. Quizás sea mi corta edad, pero en este país -mi país- nunca he visto nada similar. ¿Es una cuestión de raza? ¿Pasará en Chile alguna vez? Espero estar vivo y lúcido para descubrirlo.
Rodrigo.
****
Columna de opinión publicada en www.elincendio.cl (la escribí el 30 de agosto).