04 mayo 2007

Adiós Mèriange; ¡bienvenida Mèrie Chantal!


Parte IV: Pasarela, cambio de nombre y primera cita.

Durante los primeros días, Mèriange estuvo abocada a ordenar una pila de telas que se encontraban desordenadas en una bodega. Esta labor tenía un objetivo doble: permitir una mejor y más rápida selección del material utilizado para confeccionar los vestidos y -lo menos importante para ella en ese momento- habilitar un pequeño cuchitril donde dormir mientras encontraba una habitación en algún hostal parisiense.


Casi al completar la primera semana, el sector ya lucía en óptimas condiciones y podía utilizarse perfectamente como taller de costuras, bodega y dormitorio. Mèriange se había encargado de adornar las paredes con retazos de llamativos colores y diferentes texturas, haciendo gala de un refinado gusto que Marriette iba descubriendo, encantada. Quizás por lo mismo, había autorizado que su nueva empleada se quedara con las telas que ella quisiera, para que pudiera confeccionarse algo semejante a un vestido. ¡Y vaya que se lo había tomado en serio la hermosa rubia! Con astucia y algunas horas de desvelo había logrado maravillas.

La Casa de Marriette estaba a punto de cambiar la totalidad de las prendas de la vitrina. Era una ocasión esperada con ansias por las señoras de la alta sociedad de París, quienes acudían en masa a disputarse los vestidos, incluso antes del gran desfile de modas que Marriette preparaba para dar el "vamos" a sus colecciones. La oportunidad se transformaba en un verdadero evento en el que se juntaba el público más selecto y exigente: ellas admiraban la ropa, los colores, la innovación de los cortes... mientras ellos, acomodados dueños de empresas y grandes consorcios, no quitaban los ojos de encima a las modelos.

Ésta iba a ser la primera vez que Mèriange estaba en un desfile de modas, a tan sólo días de haber arribado a la capital francesa. Estaba emocionada y quería hacer las cosas bien, para ganarse el respeto y la confianza de su jefa. Además, sentía unas ansias locas de estar en contacto con aquel mundo de luces, música y glamour al que siempre había accedido sólo por revistas. En los días previos, la "asistente-modelo" estaba totalmente excitada, corriendo a dejar invitaciones, haciendo llamados, confirmando asistencias. Incluso, se había provado uno que otro vestido para que Marriette pudiera hacer arreglos de última hora. El cuerpo de Mèriange era fabuloso y podía resistir hasta el entalle más traicionero.


El momento había llegado. Marriette miró hacia la concurrencia y vio que el gran salón estaba repleto de damas refinadas con sus esposos. En los camarines, las modelos corrían en ropa interior y chocaban unas con otras cuando intentaban acomodarse sus vestidos. Mèriange miraba absorta todo el panorama y, de vez en cuando, se atrevía a dar algunas instrucciones a las maniquíes más atolondradas. "Pero, mujer, hazlo más rápido... Tú, ¿no te das cuenta de que estás abotonando mal esa blusa?, dijo con determinación en varias oportunidades. Por un momento pensó que sería reprendida, pero, muy por el contrario, recibió miradas de aprobación.


El desfile comenzó puntualmente. Las luces se apagaron, la música comenzó a dar sus primeros acordes. Se escuchó la voz de Marriette por los parlantes. Saludó, dio la bienvenida y dio inicio a la primer parte del espectáculo. La primera modelo, una italiana de porte elegante, saltó a la pasarela y comenzó a caminar con movimientos acompasados. Los ojos de los comensales se abrieron enseguida, al igual que los de Mèriange, quien, a un costado del escenario, vigilaba que cada movimiento fuese perfecto. Ella sabía de memoria el orden de las salidas, el tiempo de permanencia de cada maniquí, etc.

El destino tenía reservada una agradable sorpresa para Mèriange. Estaba abanicándose, observando todo desde la primera fila, cuando -discretamente- se acercó Marriette y le susurró algo al oído. Acto seguido, la rubia se levantó de su asiento y caminó con paso rápido hasta las bambalinas, mientras hacía ademanes de aprobación. Nadie se percató de la escena, excepto las modelos, que no veían con buenos ojos a la espigada nueva asistente. ¿Era odio lo que sentían? En ningún caso. ¿Envidia, tal vez? Lo más probable es que vieran amenazados sus respectivos cetros de mujeres hermosas: la francesa pueblerina criada por las monjas era la más bella entre las bellas.

Mèriange entró a los camarines y vio que una de las modelos estaba en posición supina. ¡Se había desmayado y no estaba en condiciones de salir a desfilar un fino vestido negro de encaje y transparencias. Alrededor había más de 10 mujeres dispuestas a arrancarse los ojos por lucir aquel modelo, pero ninguna de ellas había sido la elegida para la suplantación. Marriette, en un acto consciente, decidió salir hasta el público y hablar con su asistente. Sin duda, ella podría lucir perfecta dentro de ese trozo de tela exquisitamente pequeño y delicado. Con voz estentórea reordenó a las maniquíes y le pasó la pieza a Mèriange, quien se la calzó al instante. ¡Perfecta!

El desfile de modas de la nueva temporada de la Casa de Marriette fue todo un éxito, a pesar de que todos estaban conscientes de que la mayoría de los vestidos jamás podría ser usado por alguna de las señoras que acudían cada 3 meses. Mèriange estuvo descollante sobre la pasarela. Había caminado segura, moviendo con gracia y elegancia su cuerpo al compás de la música y los varoniles aplausos de los esposos. Sin duda, había sido la mejor; la ás segura, la más sonriente. La más deseada. A tal punto llegó su éxito qu, una vez terminado el espectáculo, Marriette se acercó a la nueva modelo. Con una amplia sonrisa de satisfacción:

- Una persona quiere saludar a la mejor modelo del desfile, dijo la dueña. Se trataba de un hombre apuesto, cercano a los 50 años. Su apariencia era impecable y sus ojos la miraban con curiosidad y admiración. Mèriange no sabía que se trataba de un adinerado socio del Banco del País.


- Encantada, dijo la rubia, aún con el vestido negro (hubiese preferido nunca quitárselo).

- Nunca te había visto en un desfile. Estuviste espléndida. ¿Cómo te llamas?

Mèriange dudó. Su nombre real era demasiado simple -demasiado pueblerino- como para una mujer de tanto glamour. Hurgó rápidamente entre sus recuerdos más recientes y luego, con total naturalidad, respondió:


- Me llamo Mèrie Chantal ("¡perdón sor Chantal de Dominique por usurpación de nombre!").

- Si no tienes inconveniente, te invito a salir esta misma noche, dijo el improvisado galán. La nueva Mèrie Chantal asintió con una leve sonrisa y haciendo brillar más que nunca sus ojos azules. Era su primer "Sí".
(foto: Latinstock)

3 comentarios:

Anónimo dijo...

qué hisotir atan interesante la que cuentas. Está bien escrita. Pocas veces se lee algo como esto en internet. Te felicito y espero seguir leyendo las historias de esta muchacha.

EzLoKhAi dijo...

Buena, buena, de verdad sería esta chica tu alter-ego?
Sigo leyendo.

Saludos!!
Zlkhai.

Anónimo dijo...

como sigue esta historia???? sigue alimentandonos con tus fantasias