22 marzo 2007

La (in)cultura vial de los santiaguinos



El TranSantiago ha dado para muchas cosas y habladurías en la TV. Al principio, se veía como una promesa de la cual todos querían sacar provecho. Ahora todos se desdicen e intentan, por todos los medios, volver a la patética realidad de las micros amarillas y el CO2 en las calles. Un peligro inminente.

Hay que reconocerlo: independientemente del cagazo que está quedando con la falta de buses y el exceso de pasajeros (o ambos, que al final responden sólo a un círculo vicioso), la ciudad se ve diferente. Más tranquila, más bella. Sí, porque haber sacado las vetustas carrocerías chatarrientas de las principales avenidas ha impregnado de otros bríos a una capital tan importante como Santiago. Aunque sea una cuestión de forma -y no de fondo-, nos semejamos al ideal de país desarrollado, con un transporte público ordenado.

De todos modos, la realidad ha demostrado que "en la cancha se ven los gallos". Y, en este caso, hemos comprobado cómo el proyecto que se veía tan interesante en el papel, está colapsando. No hay micros, hay exceso de "consumidores", desinformación, pánico colectivo y, lo que es más grave, una falta imperdonable de sentido común y respeto por los demás. No me vengan con cosas: la responsabilidad de este "fracaso" no sólo es del Gobierno y/o de los operadores. Echarle la culpa al empedrado es siempre -siempre- la opción más tentadora y facilista.

¿Qué nos pasa? ¿Acaso no somos capaces de vivir civilizadamente? Es cierto: hay problemas, pero si nosotros mismos no hacemos algo por solucionarlos, no se llegará a ningún lado. Desde antes que comenzara a operar el TranSantiago, se veía la deficiente cultura vial de los pasajeros del Metro, principalmente. Y eso, aumentado en las proporciones desmesuradas que vemos hoy, ha provocado parte de la crisis. No queremos ser tratados como un rebaño de ovejas ni transportados como animales; pero si no enetndemos las reglas más básicas, ¿qué más se puede esperar?

La teoría darwiniana cobra cada vez más sentido, en un escenario donde todos compiten con todos... y donde ganan los más fuertes. Cada cual lucha por su espacio, por sobrevivir en este agitado mundo que se desarrolla en Santiago. Esa constante batalla tiene como perdedores a cientos de usuarios (a su vez, cada uno de ellos sigue luchando). Nadie se preocupa por el coelctivo. Es un individualismo impresionante en cada acción. Nadie deja espacio para los demás; nadie se preocupa por facilitar las cosas; nadie quiere ceder... nadie quiere nada.

Cada día, veo -impresionado- cómo se desarrollan las cosas en el inframundo -literalmente-. Golpes, empujones, inmovilidad corporal. De todo se puede esperar cuando se viaja en Metro. Es impresionante, también, ver cómo las personas se aglomeran en cada estación, con la esperanza de subir a un carro, mientras los otros -adentro- se juntan en las puertas y obstruyen el paso. Los pasillos van vacíos, pero a nadie le importa. Mientras nadie se interponga en el camino y cada uno pueda bajar a tiempo, todo bien. ¡Todo mal! (eso, sin considerar que se siguen sentando en los pasillos, nadie respeta las vías señaladas de tránsito, se realizan viajes con bultos (televisores y hasta refrigeradores me ha tocado ver)...

Todo lo anterior no significa que las condiciones actuales sean dignas. Para mí -un tipo joven y ágil... aún- es fácil caminar de una estación a otra o escabullirme entre los cuerpos para alcanzar un lugar (minúsculo lugar) en un vagón... Pero ¿qué pasa con aquellos que, por diferentes razones, no pueden hacerlo? Sinceramente, considero penoso el panorama que tienen los más ancianos, los enfermos y los niños. Si nosotros (insisto: que somos jóvenes y conscientes) no hacemos algo por ellos, la situación va a ir cada día de mal en peor. Y aquí, la presidenta Bachelet no tiene nada que ver...

5 comentarios:

Andreita dijo...

Una lástima, porque al final todo se reduce a un tema cultural.
La precariedad de nuestra educación, la concentración de la riqueza, marginación de aquellos que viven en la "baja" periferia sirven para explicar en parte lo que ocurre.
El tema del metro es reflejo de eso, cuántas personas en su vida se habían trasladado en él.
Ahora, el tema es contar con un estado que garantice el derecho de todos los ciudadanos a poder trasladarse, llegar a sus trabajos, tener tiempo para ver a los suyos... en fin...
pero que los otros entendamos que, también, es nuestra responsabilidad... al menos de los q están involucrados directamente.
Pd... sólo una duda... qué ocurrirá en nuestro país mientras a todos nos hacen hablar del transantiago?? es casi como el chupacabras

Anónimo dijo...

Tiene tantas explicaciones este problema que jamás voy a entender cómo no se planificó bien.

No tengo nada contra un sistema como el Transantiago que, en teoría, debiera mejorar la calidad de vida de los capitalinos, pero tal como dice Ro, una vez más no se pensó en todos los usuarios.

Esta situación sólo es una demostración más la preocupación por satisfacer a unos pocos y no a todos, siempre he escuchado eso de que "no puedes dejar contentos a todos", pero yo creo que es una gran mentira, los servicios de este tipo, deben, por obligación moral ser ACCESIBLES a todos.

:) besos.

Anónimo dijo...

Me encanta como escribes.

Anónimo dijo...

En un mundo donde el capitalismo se ha adueñado hasta de las conciencias de la gente no se puede esperar otra cosa.
Y se sabe que no soy un rojo a ultranza.
Pero somos protagonistas (y cómplices) de una cultura en la que la única premisa es el "sálvese quien pueda". Los ejemplos abundan y lo del Transantiago no me sorprende.

Besotes desde las callecitas de la siempre misteriosa Buenos Aires.

Rodrigo Zavala dijo...

Sí, pero también es cierto que hay que adecuarse, sobre todo cuando -a la larga- es un beneficio para nosotros mismos.